Pero llegó un día
estando el árbol durmiendo
una pajarita muy fina
cobijándose del viento.
El árbol se despertó
y se puso furioso.
Con tal descaro habló
que la dama contestó
pareciéndose a un oso.
Mañana me marcharé
Mañana me marcharé
con el día muy temprano
y de aquí me despediré
después de cantar soprano
y ya nunca volveré.
Con tu canto tan vulgar
te crees así muy dama
pero a mi no me convences
aunque cantaras nanas.
Y ahora, si te parece
no te cambies ya de rama
y que pueda yo saber
cuando te vas mañana.
¡Qué árbol tan grosero!
¡Qué pájara lunatica!
Estar contigo ya no quiero.
¡Me ha salido una antipática!
Y tirurí tiruró
la pájara se marchó
y esta vez como otras
el árbol solo se vió.
Los vecinos de aquel lago
no podían sospechar
lo que al poco tiempo
al árbol iba a pasar.
Ahora que tenía
sosiego y tranquilidad
le rondaba un gran perro
que le iba a orinar.
Tanto odiar a los pájaros
y nada podía hacer,
con chucho marrano
no se pudo defender.
Y tan maloliente quedó
por culpa del chucho marrano
que la poca hierba secó
y el árbol no quedó sano.
Ningún pajaro acudió
para espantar los gusanos
y el arbol enfermo murió
sin tener un amigo cercano.
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